JACK KEROUAC
Kerouac halló una forma de decir casi
al punto de la quiebra, versos de una alucinación
desnuda, íntimos, que presentan a
un autor insólitamente delicado, vagabundeando
por una nueva forma de libertad
nacida de lo concreto, de la economía
visionaria. Después de experimentar abundantemente
con la palabra, Kerouac se
entregó a la búsqueda de la iluminación
que puede traer el haiku. Como había hecho
otras tantas veces, lo tensó hasta
hacerlo suyo, armando un mapa disperso
de obsesiones, de atardeceres, de miedos,
de pequeñas utopías donde la biografía del
caníbal se atempera.
Símbolo de un American way of life
que, lejos de vivirse, se sobrevive, Kerouac
se apodera del haiku con la voracidad del
converso que recibe a Buda sin despedirse
de Cristo. Asimilarlo todo, no renunciar a
nada: tal es la consigna del hombre indestructible,
autodestruido. No es Merlín: es
Midas. Sus versos se calibran en quilates.
Más que haikus, universos. Más que un
poeta, una fuerza de la